22 de Septiembre de 2010 21:08
Paco Acero(ORETANIA)
Una buena ocasión para traer a colación el universal poema de Machado ‘Caminante no hay camino / se hace camino al andar’ es el relato del viaje en bicicleta, de 1.200 kilómetros, que realizaron este verano Victoriano Arias y Joaquín Castellanos, entre Argamasilla de Calatrava y Santiago de Compostela. Porque bastante antes de enlazar con el tradicional ‘camino francés’ de la secular ruta peregrina, estos dos hombres, uno jubilado de 70 años de edad y el otro policía local en la localidad rabanera, hubieron de abrir el que se podría denominar itinerario castellano-manchego hasta la capital gallega.

A ambos protagonista les unen nexos familiares. El uno es tío del otro y fue del veterano, precisamente, de quien partió tan particular iniciativa. Muchos castellano-manchegos hacen cada año el camino de Santiago, pero cubrirlo íntegramente desde esta parte de la provincia era muy distinto. El objetivo era enlazar el Valle de Alcudia con las tierras coruñesas, utilizando fundamentalmente la no menos tradicional Cañada Real Soriana, por la que tantas reses de ganado han cruzado, centuria tras centuria, buena parte de esta piel de toro persiguiendo las bonanzas estacionales de cada latitud.


Por eso, tras la planificación previa concienzuda que únicamente dejaría a la provincia albaceteña sin pisar y teniendo en cuenta que no llevarían ni coche de apoyo ni GPS, los peregrinos se echaron al camino sin más cosa que el equipaje que podía transportarse amarrado a la bicicleta, barritas energéticas y, sobre todo, mucha bebida isotónica y agua. La salida se tomó finalmente en el entorno del santuario de la Virgen del Socorro, inicialmente para cubrir jornadas sueltas de dos y cuatro días respectivamente. En total acabarían siendo 28 las etapas cubiertas que, ya de una manera continuada, se prolongaron del 7 al 31 de julio.
A pesar de tan imprescindible meticulosidad, al final sobre el terreno hubieron de realizarse algunas modificaciones de itinerario, lo que pone en valor los versos del poeta sevillano antes citados. La mayoría de estas situaciones se produjeron en territorio castellano-manchego. Hubo un día en el que “literalmente nos quedamos sin camino, en medio de un pedazo”, dice este agente de la autoridad. Portaban mapas y trazados escritos sobre los tramos previstos, pero ello no resolvía la posibilidad de que la cruda realidad se hubiera fagocitado la ruta. Ejemplos extremos al margen como el mencionado, capaz de hacer que “ese día lo pasáramos un poquillo fastidiados”, lo cierto es que “hay tramos muy bien conservados de la Cañada Real Soriana”.
A las vicisitudes imprevistas se sumaban en este avance hacia el noroeste peninsular el hecho, sabido de antemano, de que entre población de salida y de llegada podía haber bastantes más kilómetros de los aconsejables para pernoctar. A diferencia del camino de Santiago francés, que está jalonado de no pocas variantes hosteleras y de posibilidades de alojamiento, en el ir por los caminos de estas tierras de Castilla se hacía preciso el completar los planes previstos. Por eso llegaron a cubrir jornadas, en pleno verano, de algo más de 60 kilómetros y sin otra compañía que su sombra, el paisaje y la avifauna que les distraía en su rutina sobre la bicicleta.
Su llegada a esos pueblos diseminados se convertía, al parecer, en un acontecimiento. Refiere Castellanos al respecto cómo “la gente era muy amable y especialmente cuando les decíamos que íbamos con destino a Santiago de Compostela; esa forma fenomenal de comportarse con nosotros la tenemos también como una experiencia muy buena”. En algunos casos, los propios del lugar mostraban la extrañeza de recibir en sus calles a semejante par de peregrinos de miras compostelanas, por la sencilla razón de lo nada habitual de esta acción. “Algunos nos llegaban a decir que por ahí no se iba a Santiago” pero, tras las necesarias explicaciones, la sorpresa daba lugar a la alegría de que hubiera personas con tal menester, atravesando su tierra. Incluso algunos vecinos, especialmente los de mayor edad, les recomendaban si eran buenos sus planes para seguir adelante o era más aconsejable tomar alguna alternativa para evitar lo malo del trazado.

En este definitivo punto de inflexión la afluencia de peregrinos sí quedaba patente, “principalmente extranjeros, porque españoles eran muy poquitos los que había”. Franceses, italianos, alemanes, belgas y holandeses eran los que más presencia tenían en este emplazamiento riojano, a los que ya se uniría el grueso de españoles al alcanzar Ponferrada (León), que queda a algo más de 200 kilómetros del destino. Cuando tomaron contacto con ese crisol de nacionalidades pudieron comprobar con grata sorpresa que muchos de esos foráneos “venían también desde su pueblo, igual que nosotros”.
Amistades también trabaron, especialmente con dos catalanes y con dos gaditanos, padre e hijo y otros dos chavales bilbaínos, con los que se fueron encontrando a lo largo de la ruta definitiva. Y no olvidarán a una familia integrada por los padres y sus cinco hijos, así como a un joven ciego que hacía la ruta junto a sus parientes, en este caso agarrando por los hombros a su padre para no perder vereda y que hacían dos etapas diarias, con una media de 45 kilómetros a pie. “Aquello nos maravilló por la fortaleza psíquica y el fondo físico que demostraban”. También se cruzaron con quienes deshacían el camino una vez alcanzada la meta gallega.

Cada jornada se iniciaba lo más temprano posible. De hecho “nos levantábamos sobre las seis de la mañana, salíamos una hora u hora y media después, después de dejar listo el equipaje y prepararte tú mismo y procurábamos cubrir de 40 a 50 kilómetros, dependiendo de la jornada que nos pillara”. El ritmo, en todo caso, lo marcaba su veterano compañero, pues la diferencia de edad repercute de manera distinta en cada físico.
El objetivo era dormir siempre a cubierto y en lugares adecuados para poder descansar de verdad y tomar con energías renovadas la jornada siguiente. Si en Castilla-La Mancha el descanso los hicieron en hoteles u hostales, la amplia oferta que en este sentido había en el camino francés posibilitaba la prolongación de los planes iniciales de distancias parciales a cubrir, siempre ya en función de las fuerzas restantes.
“La mayoría de días, salvo excepciones, íbamos llegando a destino entre las dos y media y las tres y media de la tarde”. Pero antes de alcanzar la autovía peregrina se les dio el caso de llegar incluso a las ocho de la tarde, “porque nos pilló un camino que no conocíamos, en el que tuvimos problemas porque tenía muchísimas cuestas o estaba mal”, en algunos casos verdaderos “pedregales”; a eso habría que sumar la gran distancia entre localidades. Por eso, fueron los primeros días de la gesta “los que peor lo pasamos”.
Aunque el calor también hacía mella, no hay que desdeñar esas tormentas estivales que, aunque cada vez menos frecuentes, sí les dejó en una ocasión “como una sopa” conforme lo cuenta Joaquín, viéndose sorprendidos por una riada poco antes de llegar a Herencia. “En media hora descargó lo que no está escrito”, de manera que ni siquiera el socorrido chubasquero les pudo proteger, ni los impermeables hacer lo propio para con su equipaje.

Su tío Victoriano, que sin embargo no se vio afectado por pinchazo alguno, sí hubo de comprar una bicicleta completamente nueva porque a la que venía usando desde la salida se le partió parte del manillar y no tenía arreglo. Fue en Santa Cruz de la Zarza, en tierras toledanas.
Sensaciones
En un viaje de estas características se reproducen numerosas sensaciones, entre sinsabores y satisfacciones. Algunas ya han quedado reflejadas en párrafos anteriores pero queda por hablar de lo que se desencadena cuando se pisa, al fin, Santiago de Compostela. “Al llegar se tiene una emoción bastante grande, alegría y también la satisfacción de decir al final lo he conseguido, a pesar de los problemas encontrados, de las complicaciones del camino”, tal y como explica Joaquín.
En un viaje de estas características se reproducen numerosas sensaciones, entre sinsabores y satisfacciones. Algunas ya han quedado reflejadas en párrafos anteriores pero queda por hablar de lo que se desencadena cuando se pisa, al fin, Santiago de Compostela. “Al llegar se tiene una emoción bastante grande, alegría y también la satisfacción de decir al final lo he conseguido, a pesar de los problemas encontrados, de las complicaciones del camino”, tal y como explica Joaquín.
Además, el simple hecho de vislumbrar a lo lejos el Obradoiro y la ciudad compostelana ya conmueve. Hay que tener en cuenta que “son 28 días también separado de la familia y te dices que al fin has llegado, que has cumplido el objetivo y que ya dentro de dos o tres días estarás en casa”.

Y en los ámbitos de la espiritualidad, lo cierto es que estos manchegos cubrieron con el protocolo habitual en el templo dedicado al patrón de España. Como ya se apuntaba, el tío tenía la promesa de hacer este camino muy especialmente por las convicciones religiosas. A lo largo de la ruta, ambos, que profesan la religión católica, tenían ocasión de asistir a la misa de peregrino. Pero en definitiva “ves que hay quien lo hace por fe y otra mucha por deporte, por recorrer el camino o por turismo”.
Una vez rubricado el reto, el objetivo de Victoriano Arias es dar a conocer esta ruta manchega para que pueda engrosar el bagaje caminero hasta Santiago de Compostela o, como se dice ahora, ponerlo en valor. Ya durante el viaje, tuvieron ocasión de hablar con concejales de los municipios en los que recalaban, entusiasmándoles con la posibilidad de hacer de su localidad parada y fonda del itinerario. Para ello será imprescindible que este veterano emprendedor se ponga en contacto con la Consejería de Cultura, Turismo y Artesanía de Castilla-La Mancha.
Y entre tanto llega este otro fruto de la gesta, el tío de Joaquín ya piensa en su próximo reto: hacer nuevamente la ruta aquí relatada, a pie.
Y entre tanto llega este otro fruto de la gesta, el tío de Joaquín ya piensa en su próximo reto: hacer nuevamente la ruta aquí relatada, a pie.
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